jueves, 9 de febrero de 2017

Triunfo Arciniegas / Diario / Ante el acoso del dolor



Triunfo Arciniegas
ANTE EL ACOSO DEL DOLOR
7 de febrero de 2017

Ante el acoso del dolor, le pedí a Alejandra que me acompañara a tomarme una radiografía del pecho. No entendí la lección de anatomía de la recepcionista cuando le precisaba con el dedo el nido del tormento. Como dos personas que hablan lenguas distintas, decidimos llamar al radiólogo, que al fin no apareció, Entonces Alejandra y yo empezamos por el principio: fuimos a consultar al doctor Hans, mi médico de cabecera. A esa hora, en el consultorio sólo quedaban dos niños con sus madres y un hombre bastante mayor y muy bien vestido. Media hora después le conté al doctor que me caí hace cinco días, que la boca reventada ya no me duele, que me quitarán los puntos dentro de tres días y que mi mano derecha ya se recuperó, pero que el dolor del pecho se acentuó como ausencia de mujer y que no han sido suficientes los analgésicos, las inyecciones, la espera, y que si bien me parecía imposible una costilla rota tal vez hubiera una fisura El doctor me formuló inyecciones y gotas y ordenó las radiografías. Me puyaron una vez más, estoy hecho un colador. Fuimos por las radiografías. En una primera lectura, el radiólogo no advirtió nada grave, pero lo sabré con certeza el lunes. Preguntó si tengo tos: las flemas se aprecian como niebla entre los barrotes de los huesos. Tuve tos y gripa todo el mes y medio de mi viaje a México, pero ya está pasando. Debo seguir el tratamiento con el Montelukast. 

No me siento desgraciado. Entiendo la dulzura del convaleciente: la vida todavía es posible. Si la caída hubiese sido veinte o treinta centímetros más allá, mi cabeza hubiera golpeado el borde de la mesa del televisor y tal vez ya no contaría el cuento. O si ruedo por las escaleras.

Trato de entender la caída, de reconstruir ese segundo. Los libros que llevaba salieron disparados pero no hubo tiempo ni espacio para protegerme la cara con las manos: el corredor, invadido por estantes repletos de libros, es demasiado estrecho. Supongo, debido al dolor, que mi pecho cayó sobre mi mano derecha empuñada, esta vez piedra y no paloma de paloma, esta vez puñal y no vuelo.

"Esperaré", como letra de bolero, y ojalá no me mate la espera. No es más que otra metáfora porque de esta salgo, por supuesto. Quedan tantos libros pendientes. Precisamente estaba ordenando la biblioteca cuando me caí. "Murió en su ley", hubieran dicho. Patricia Valenzuela me decía hace unos años, muerta de la risa, que me imaginaba como el protagonista de Una soledad demasiado ruidosa, la magnífica novela de Bohumil: aplastado por los libros. Siempre lo he dicho: leer es un oficio peligroso.

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1 comentario:

ojodevino.blogspot.com dijo...

Ay querido Triunfo, tus palabras como versos se revuelcan un poco en el dolor que nos haces sentir. Estar convaleciente es de "pacientes". Todo cuaja con el tiempo.
ÁNIMO!