domingo, 12 de junio de 2016

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Alberto Moravia

Lisandro Otero

EL EGOCEN-TRISMO DE MORAVIA 


Días más tarde el propio Calvino insistió en que debía conocer a Alberto Moravia y le invitó a su apartamento romano. Moravia era un hombre horriblemente feo con unos labios muy delgados que parecían la cicatriz de un hachazo, unas cejas revueltas y peludas, y unas orejas inmensas y aguzadas, como las de un gnomo. Disimulaba sin éxito su cojera. Se presentó acompañado de una hermosa muchacha rubia, la escritora Dacia Maraini, quien era entonces su compañera. No se mostraba inclinado a sonreír. Asumía la vida dramáticamente y lo demostraba. Diría que también se tomaba muy en serio a sí mismo: el papel que le había tocado desempeñar. Ha manifestado que siempre se ha ensombrecido con una visión trágica de la vida. Después de un breve preámbulo de Calvino, quien era excesivamente lacónico y molesto, Moravia comenzó a narrar cómo en su adolescencia había padecido una tuberculosis que le obligó a guardar cama durante años. En ese lapso leyó mucho y comenzó a escribir Los indiferentes cuando tenía dieciséis años. Difícilmente pudiéramos calificar esa confesión como una información privada. Puede encontrarse en todas sus biografías y en una miríada de entrevistas periodísticas: "Escribí Los indiferentes a los dieciséis años." Lo ha dicho una y otra vez. Continuó con una disección de su propia obra. Con escasas intervenciones de Calvino dominó con su locuacidad toda la noche. Era un buen conversador de la misma manera que era un maestro en el arte de narrar historias. Se ha dicho por la crítica que él anticipó el existencialismo, fue un adelantado de Sartre y Camus: escribió Los indiferentes diez años antes que La náusea y El extranjero. En verdad, manifestó, intentó escribir a contrapelo de Proust y de Joyce quienes eran los colosos vigentes cuando él comienza a escribir en la década de los veinte. Como todos los grandes autores creó un universo propio: la Roma moraviana puede parangonarse con Macondo, Yoknapatawpha o Combray. La crisis de la burguesía fue, para él, una manera de presentar la crisis de nuestro tiempo. Durante toda la noche interpretó un solo de Moravia: era obvio que sostenía un gran romance consigo mismo. Es cierto que todos los artistas son egocéntricos, pero Moravia exageraba. Cuando se marchó, Calvino me dijo que hacía muchos años que lo conocía y le había escuchado la historia de su precocidad literaria decenas de veces. Era como una especie de confirmación de su capacidad, de su talento; se aseguraba repitiéndolo.
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Lisando Otero
Llover sobre mojado
Madrid, Ediciones Libertarias-Prodhufi, 1999, págs. 184-186




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