jueves, 11 de abril de 2013

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Don Francisco de Quevedo
Arturo Pérez-Reverte
QUEVEDO

Venía bastante atravesado, pues no eran buenos tiempos para él, ni para su prosa, ni para su poesía, ni para sus finanzas. Hacía solo unas semanas que el Cuarto Felipe había tenido a bien levantar la orden, de prisión primero y luego de destierro, que pesaba sobre él desde la caída en desgracia, dos o tres años atrás, de su amigo y protector el duque de Osuna. Rehabilitado por fin, don Francisco había podido regresar a Madrid; pero estaba ayuno de recursos monetarios, y el memorial que había dirigido al rey solicitando la antigua pensión de cuatrocientos escudos que se le debía por sus servicios en Italia -había llegado a ser espía en Venecia, fugitivo y con dos compañeros ejecutados- sólo gozaba de la callada por respuesta. Aquello lo enfurecía más, aguzaba su mal humor y su ingenio, que iban parejos, y contribuía a buscarle nuevos problemas.


Arturo Pérez-Reverte
El capitán Alatriste
Madrid, Alfaguara, 2001, pp. 60-61




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