sábado, 10 de septiembre de 2011

Diario / Las pequeñas dichas, las pequeñas desgracias

La lagartiija y el sol
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
Las pequeñas dichas, las pequeñas desgracias
9 de septiembre de 2011


Ayer le tenía listos los cuatrocientos mil pesitos a Alejandra. Se los gana bien. Hace dos meses le pagaba trescientos cincuenta, pero decidí subirle el salario. De hecho, el mes pasado le pagué cuatrocientos. Y este mes en realidad le di cuatrocientos veinte mil. Tiene sus gastos. El mes pasado se le estropeó el disco duro y se le fue la mitad del salario en uno nuevo. Además, las máquinas de su taller dan gastos. Se los gana bien. Digita materiales para subir a los blogs, realiza diligencias en la ciudad, saca a pasear los perros, me asesora en internet e incluso en cuestiones de inglés. Y me da su compañía, aparte de que prepara el almuerzo y mantiene limpia la casa. Todo eso en medio tiempo: llega a las ocho y se va a la una. Desayuna y almuerza en mi casa. El resto del tiempo hace un curso en el Sena y atiende el taller que un día será una próspera empresa. Trabaja en el apartamento del  edificio Rossy (donde dispone de un cuarto grande y uno pequeño con baño) y vive en San Pedro  con su mamá, Verónica y Vanessa. Hicimos negocio con uno de mis DVDs, aunque siempre me tumba en los negocios. Me dio sesenta mil pesos. Se fue feliz. Alejandra, mi niña preciosa.
René, por su parte, sigue gastando dinero en el Lada. Si no es una cosa es otra. La semana pasada la dedicó al arreglo de la Bronco. Me la trajo de Cúcuta el fin de semana, con el SOAT vencido, y le di los setecientos que costó la gracia. Tuvimos que cambiar una parte de la caja, pero quedan pendientes las llantas, el matamoscas y algo más que en el momento no me acuerdo. Mejor dicho, no tiene cuando. Y la Bronco pasa la mayor parte del tiempo en el garaje. Ninguna mujer da tantos gastos como un auto, carajo. Y ahora René está gastando su propio dinero en el Lada. Hace poco le colaboré con doscientos mil porque en realidad su salario de profesor no le alcanza. Gana menos de un millón y tiene que pagar arriendo y comida, entre otras cosas. Tira la toalla de cuando en cuando, pero no puede con  su pasión por ese Lada. Uno de estos días lo arrojamos al río.
Antier vino Lorena a ver a Michelle y decidió que no era hora de sacarle los puntos. Debemos seguir tratando la herida una semana más. Ya le quitamos ese gorro de campana que evitaba que se mordiera la barriga. Tampoco tiene la camisa naranja que la hacía ver tan chistosa. Algunas madrugadas salgo con ella y con Pedrillo. Ya no voy por la autopista desde el accidente. He subido a San Pedro, sudoroso y acezante. Voy cada vez más arriba. Terminaré alcanzando el cielo de las puertas de la Casa de Ejercicios Espirituales.
Ayer estuve dedicado a la música todo el día: Philip Glass y José Alfredo Jiménez.  Merece su explicación semejante contraste. La noche del miércoles me dediqué a investigar y bajar videos de Philip Glass para preparar una entrada del blog. Y todo porque di con una escena de Sin aliento (Breathless, 1983), que me encanta. Valerie Kapriski, acosada por el calor de la tarde, disfruta de la brisa del ventilador con el torso desnudo. La recorre el sudor mientras contempla en la cesta de la basura la foto del profesor y, en la mesita, junto a un florero, la foto del bandido, de Jesse En cierta forma está decidiendo su destino. Con el profesor la vida organizada y respetable, los hijos y todo lo demás. Pero con Jesse, aventura y desastre, pasión e incertidumbre, una vida intensa y breve. Se levanta, se acomoda la blusa debajo de la falda mientras camina, se pone los zapatos y abandona la habitación. Y todo eso mientras se escucha “Opening”, la primera parte de Glassworks (1982). Desde que vi la película, a finales de los ochenta, me ha fascinado esta música. Así que ayer decidí explorar la obra de Philip Glass y empecé a organizar la entrada en Ficciones.
Esta mañana tropecé con una canción de José Alfredo Jiménez, La enorme distancia. Me dolió y me hizo acordar de ciertos amores. Me dieron ganas de un tequila. Oí la canción una y otra vez, copié su letra y terminé haciendo una nueva entrada en el blog. Me lancé a otra canción que me encanta, El corrido del caballo blanco, y a una más, El jinete, que tiene uno de los principios más bellos de la música ranchera: “Por la lejana montaña va cabalgando un jinete”. Dejé en borrador estas entradas porque el internet se puso lento con la subida de los videos. Con otro impulso las completo. Me gustan las canciones de José Alfredo Jiménez desde niño y sé que me gustarán el resto de vida. México lindo y querido, cuánto te volveré a ver.
Volví a Philip Glass. Me tendí en el piso a escuchar todo Glasswoks y otras maravillas que bajé anoche. Me sentí volar. Me fui a otros mundos. No es frecuente que me dedique a escuchar música. Desde hace años trabajo en silencio. Tal vez por eso me atrapa de esa manera. Con Philip Glass me fui a un atardecer frente a la playa, a cierta compañía, a cierta felicidad que anhelo.




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