miércoles, 4 de noviembre de 2015

Triunfo Arciniegas / Diario / Muerte y ausencias

Lágrimas de sangre
Arte Callejero
La Habana, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
Muerte y ausencias
La Habana, 4 de noviembre de 2015


"Tengo setenta y dos años y los siento en todos los huesos", me dijo hace unos días Gladys Rodríguez, en Matanzas. Se casó a los veintidós y se divorció a los treinta y tres. Le quedaron dos hijos. Tuvo luego un marido por un año: se le fue a Miami. "Más me me hubiera valido no volver a casarme", dijo. Uno de sus hijos, Raniel, el mayor, vive en Estados Unidos desde hace años. Tres veces ha querido viajar a verlo y tres veces le han negado el permiso. 

Gladys Rodríguez vive los días de la desilusión. Su nieta más grande, una preciosa adolescente cuyas fotos adornan la sala de su casa y la hija única de Raniel, vive en los Estados Unidos desde hace siete años. Y sus otros dos nietos, hijos de su hijo menor y apenas unos niños que brincan en la calle, se irán pronto, tras los pasos de su madre, que trabaja como loca en Ecuador y sueña con establecerse en Estados Unidos.

En una revista de Matanzas leo estas palabras de Yanira Marimón: "Los amigos de mi hijo han empezado a marcharse. Los amigos de mi madre han empezado a morir. Y no sé cómo explicarles a ambos, y que lo entiendan, que los dos actos son una misma cosa".

En su famosísimo blog, Yoani Sánchez dice que ella y sus compañeros están regados por el mundo como los palitos chinos de una caja arrojada al aire. Dice, por ejemplo: "Marlen, la matancera, vive en la otra orilla y hace su doctorado, mientras Nelson -quien fuera el primer expediente de su graduación- lleva casi seis años en Estados Unidos. Del poeta José Félix sé que cantaba con una guitarra en los bares de España y Wilfrido -avezado en la semántica- está con su novia en Madrid. Muchos de los alumnos de años anteriores al mío llevan su vida en la Gran Manzana o en algún país de Latinoamérica".

Lo terrible de estos viajes es que son definitivos. Guillermo Cabrera Infante dejó Cuba en 1965 y murió cuarenta años después sin volver a ver la isla. La muerte es el viaje sin regreso. Y en Cuba, en cierta forma, viajar es morir. Viajar es arrojarse al mar, y no se trata de una metáfora. O se muere en sus aguas o se llega a tierra firme pero jamás se vuelve a casa. Es verdad, Yanira Marimón: "Los dos actos son una misma cosa".

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