jueves, 11 de septiembre de 2014

Triunfo Arciniegas / Diario / Toros



Triunfo Arciniegas
TOROS
7 de septiembre de 2014


Qué desgracia que un intelectual de la talla de Antonio Caballero defienda un espectáculo sangriento. "Por los derechos de las minorías", titula en Semana, la revista más importante de Colombia, su perorata en defensa de la tauromaquia. ¿Pero cuáles derechos? ¿Derechos para torturar y matar? Los sicarios también son minoría. Él, tan lúcido, con un chorro de razones, contestaría que los sicarios también tienen derechos. "Y el sicariato en Colombia es parte de la cultura", podría agregar, y no se podría negar que los colombianos nos distinguimos por el oficio de matarnos unos a otros. Caballero también se burlaría de otra frase, que es una verdad de a puño: Ni la tauromaquia es arte ni la antropofagia gastronomía. Él, con su inteligencia suprema, alegaría que si la cosa se prepara bien, si la sazón y los condimentos están a la altura, hasta se pueden escribir libros memorables. 

Poderoso y bello es el argumento de Julio Ortega contra la tauromaquia: “Cuando tú respetes a los animales, yo dejaré de inmiscuirme en lo que haces. Mientras tanto, me tendrás enfrente. No lo dudes. Sé que te resulto muy molesto y la verdad, esa es una de mis pretensiones: entorpecer en lo posible tu repugnante forma de entretenerte. Porque entre tu “diversión” y mi rechazo, no olvides que hay un ser vivo al que no le has dicho como a mí: “Si no te gusta morir en la plaza no te quedes en ella, vete”. Él no puede escoger, ¿verdad?, pues mientras el toro no tenga la oportunidad de hacerlo, tú tampoco gozarás de la libertad de matarlo sin que yo, y millones como yo, tratemos de evitarlo”.

En tiempos de Hemingway todavía admiraban a los cazadores que derribaban por placer animales majestuosos en las tierras sin dueño del continente africano y hoy ni siquiera le toleran estos sanguinarios desmanes al mismísimo rey, que ahora anda por ahí cojeando, viejo, sin trono y sin reina. Los tiempos cambian. Antes los toreros se codeaban con poetas e intelectuales y eran objeto de alabanzas y poemas. Ahora apestan. Para sentir la pestilencia, basta la frase que suelta César Rincón cuando le preguntan cuántos toros ha matado en su vida: "Mi ejercicio no es matar, sino torear y ejecutar la suerte suprema". Y agrega el insigne filósofo colombiano, olvidando que en la "compenetración" el muerto es el toro y no él: "Hacerlo es magia, sobre todo cuando toro y torero logran compenetrarse". 

En todo caso, y para no extraviarme en ironías, el espectáculo del sufrimiento y la muerte de un animal para la diversión y el placer del hombre me parece absolutamente denigrante y cruel.


Triunfo Arciniegas
7 de septiembre de 2014



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