miércoles, 13 de febrero de 2013

Diario / El carnaval



Summer of Love
Carnaval de Rio 2013
Santa Teresa, Rio de Janeiro, 12 de febrero de 2013
Foto de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
El carnaval
Rio de Janeiro, 13 de febrero de 2013





Así recordaba la frase: “Porque estoy dentro del monstruo puedo hablar de sus entrañas”. Creo que lo dijo Martí, en un sentido político, de otra manera (Google siempre a la mano): “Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”. Pero no voy a hablar de política sino de la parranda. “Quien lo vive es quien lo goza” es la frase que identifica al carnaval de Barranquilla. Y sólo así se entiende el carnaval, por dentro.

El carnaval no solo sucede en el sambódromo, cuyas entradas son caras y se venden como pan caliente, con frecuencia de manera anticipada como parte de los paquetes turísticos. El carnaval no solo son los lujosos y extravagantes carros o las escuelas de samba con más de cuatro mil miembros: el espectáculo más grande de la tierra,  televisado para el mundo. Existen los blocos que desfilan por las calles, cada vez más numerosos y cada vez más nutridos. "Podemos ver en las ruas a preciosa origem do carnaval profundo", escribe Arnaldo Jabor en O Globo. Este año se han visto en las orillas de Rio de Janeiro blocos que congregan a más de cuatrocientas mil personas, cuatro cientos mil locos que cantan y danzan en un solo y exaltado cuerpo, en una sola nota de felicidad.

Ayer entendí ese animal vivo.  Ayer vi ese animal caliente y sudoroso deslizándose por las calles laberínticas de Santa Teresa, en Rio de Janeiro, y me hice parte de su piel y sus huesos. Uno se disfraza y entra en otro personaje, deja atrás al hombre cotidiano, ese que debe ganarse el pan de cada día y debe resolver miles de problemas, ese que se enferma y se endeuda y tarde o temprano se muere, uno deja de ser uno y se integra a los otros: el carnaval es un animal de miles o millones de cabezas y un solo cuerpo. La música y el licor hacen su parte. Las canciones de los blocos de Rio de Janeiro son breves y elementales pero muy pegajosas, manifiestan alegría pero se alimentan de cierta tristeza, de cierta melancolía que revuelca las entrañas. Son canciones eternas: pueden cantarse durante horas. No entiendo mucho de música pero advierto que estas canciones se arman con dos melodías, y pasan de una a otra de manera automática, sin principio ni fin, como una cadena. Todo el mundo las canta, todo el mundo se las sabe. Cantan y bailan a cuarenta grados, no dejan de mover los pies, los brazos, el cuerpo. El secreto está en los pies. El cuerpo puede moverse como se le antoje pero la electricidad viene de los pies, así como la belleza comienza y se sostiene en la misteriosa manera de caminar de las mujeres. Mujeres sudorosas y hombres vestidos de mujer, mujeres disfrazadas de monjas o novias, hombres dentro de muñecos gigantes y mujeres en el aire. Cantan y se mueven sin descanso mientras haya música. Los músicos vienen encaramados en los carros, mucho más cerca del sol inclemente,  asegurados con tuercas a la melodía. La gente toda se arroja papel picado y agua, se toma fotografías, grita, se abraza, hace bromas, se exhibe sin pudor, se besa con descaro. Viejos y muchachos, más muchachos que viejos, más mujeres que hombres, cantan, bailan. Cantan, bailan. Esta monotonía termina en exaltación, como puede apreciarse en los rituales de antiguas culturas. El carnaval es cuerpo, es sudor, es ruido, pero uno sale de su propio cuerpo y entra a otra dimensión. Se le dice delirio, se le dice fiesta, se le dice carnaval.


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